¿En qué colegio estudiaste?
Esta es una pregunta que me han hecho de forma recurrente a lo largo de mi vida. Cuando era más joven, era algo que tomaba con naturalidad. Pero a mi edad, no se me escapa la ironía. Primero, porque ya no soy ninguna jovencita, y segundo, porque los logros y fracasos en mi haber, poco o nada tienen que ver con el colegio donde cursé mis estudios primarios y secundarios.
Por supuesto que esto es un tema social. Las personas preguntan con la finalidad de etiquetarte, de saber de qué tipo de familia vienes, descubrir si tienen amistades en común, e intentar establecer tus valores y principios, y obviamente, tu estrato social. Lo curioso de todo esto es que el lugar donde estudié habla más de mis padres que de mi misma.
Son los padres quienes deciden y costean el lugar donde estudian sus hijos. Los más religiosos envían a sus hijos a escuelas religiosas. Pero eso no impide que el hijo el día de mañana sea ateo o bien no tenga ningún tipo de creencias. Padres con más poder adquisitivo envían a sus hijos a escuelas más caras, pero esto tampoco garantiza el éxito y mucho menos la solvencia económica de sus hijos. Hay, además, muchos colegios que otorgan becas a estudiantes de escasos recursos. También hay múltiples ejemplos de quienes estudian en escuelas públicas que se convierten en profesionales exitosos, asisten a las mejores universidades por sus propios méritos y crean nuevas fortunas. Por lo que me parece absurdo venir a etiquetarlos por el lugar donde cursaron sus estudios secundarios. ¡Es irrelevante!
Hace poco un amigo me comentó que había ido al médico y que le había parecido un excelente profesional. Para luego comentarme de que colegio se había graduado dicho médico. Me hizo demasiada gracia, ¿acaso en los colegios hay facultad de medicina? Cuando le rebatí, me dio la respuesta esperada, —porque así sabemos qué tipo de personas son y qué amigos tenemos en común—. ¿Qué pasa si el médico en cuestión se hubiese graduado de una escuela rural mixta, cuyo nombre y ubicación le era desconocida, le restaría méritos? ¿Y si aún graduado de esa escuela, logró una beca en la facultad de medicina de la Universidad Johns Hopkins? ¿No tiene eso más mérito y es una mejor carta de presentación?
Si pensamos en personalidades de los últimos 20 años, Elon Musk, J.K. Rowling, Nelson Mandela, Mark Zuckerberg, Bill Gates, Steve Jobs, por nombrar algunos. Lo primero que se nos viene a la mente no es la escuela de dónde se graduaron. Sino sus logros y méritos como individuos, como transformaron el mundo. No es igual con las universidades, estas cobran cierta relevancia en la vida profesional, aunque en muchos casos tampoco significa nada, «Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga», y hay quienes ni siquiera cursaron la universidad y aun así son exitosos.
Por mi parte, prefiero valorar y juzgar a las personas por quienes son, por sus acciones, méritos y fracasos, presentes y pasados; y no por circunstancias familiares y sociales del pasado, que no dependían de ellos.
Este artículo de fue publicado originalmente en el diario Siglo.21, el 18 de agosto de 2017. Puede ver el original acá.