Taparle el ojo al macho

El 17 de mayo se llevó a cabo el foro-conversatorio: «Trabajo doméstico de mujeres indígenas en Guatemala, la interseccionalidad de las discriminaciones por clase, sexo y etnia», presentado por la Organización Internacional del Trabajo —OIT— y CARE

Vamos por partes, para comenzar la última parte del título del conversatorio «interseccionalidad de las discriminaciones por clase, sexo y etnia», nos deja ver que lo último que les preocupa es el trabajo, es un foro sobre la discriminación. ¿Tiene eso algo de malo? Por supuesto que no, pero me molesta que mezclen una cosa con la otra. Claro que hay discriminación en el trabajo, pero el hecho de que se enfoquen exclusivamente en el trabajo de la mujer indígena ya de por sí está discriminando al resto de la población del país, comenzando por los hombres indígenas. Es más, me atrevería a decir que el hombre indígena con relación al trabajo doméstico sufre más discriminación que la mujer indígena. ¿Cuántos de ustedes contratarían a un hombre indígena para el trabajo doméstico en casa? De por sí a una mujer le da aprensión recibir a un trabajador en su casa, sea indígena o no. ¿Cuántas mujeres no nos sentimos intranquilas cuando llega un desconocido a casa, sea el electricista, el técnico del cable, un albañil, etc.? Se podría decir que eso ya es una discriminación y es lo más normal del mundo, es un instinto de preservación al estar alerta ante la presencia de un extraño.

 

Segundo, el evento identificó como la causa y el origen de esta discriminación al patriarcado y la herencia colonial ¡seguimos culpando a los españoles que se fueron de acá hace 196 años! Sin embargo, se les pasó por alto el factor cultural de las comunidades indígenas —porque ojo, el foro-conversatorio era exclusivamente sobre las mujeres indígenas—, ya que son ellos mismos los que discriminan y denigran a la mujer indígena. Quienes las condenan a una vida de servilismo, son sus propios padres y su comunidad. Pero como en este país hablar mal de los grupos indígenas te convierte automáticamente en un racista, entonces nadie dice nada y les dejan pasar esas prácticas aberrantes como lo son el matrimonio infantil. El año pasado, Estéfany Pérez Miranda, de 15 años, originaria de Joyabaj, Quiché, denunció como los matrimonios son acordados entre las partes cuando las niñas tienen entre 4 y 5 años y que cuando cumplen los 14 o 15 años y son consideradas en capacidad de casarse y tener hijos se llevan a cabo los matrimonios. Si bien la ley prohibió desde agosto del año pasado los matrimonios a menores de 18 años, eso no significa que no sigan ocurriendo en la práctica, simplemente ahora las menores y sus hijos menores quedan desprotegidas ante la ley. Y el problema no es la ley, son sus prácticas «ancestrales» de las cuales los españoles tampoco son culpables. Y recordemos también que muchas de las menores que buscan trabajo como domésticas, son enviadas a las ciudades por sus propios padres. 

Tercero, por lo tanto, el foro-conversatorio debió centrarse en la educación y la capacitación de la mujer indígena, que es a mi criterio la raíz del problema. Si la mujer indígena estudia y se capacita querrá optar a mejores oportunidades de trabajo y no tendrá que ser una empleada doméstica. Esto es una verdad para todas las mujeres en nuestro país. Tristemente, Guatemala es el segundo país de la región con peor educación para las niñas. Las niñas en nuestro país estudian menos que los niños. Muchas niñas deben de trabajar desde muy temprana edad, ayudar en el hogar y cuidar de sus hermanos. Sumado a eso, está el alto índice de matrimonios infantiles y de embarazos. Es aterrador pensar que las niñas que logran superar estos obstáculos con la esperanza de salir del círculo de la pobreza reciben una educación deficiente. 

 

Estas mujeres trabajan como domésticas porque no están capacitadas para hacer nada más, es una triste realidad. Por supuesto que las condiciones deben mejorar, pero no van a mejorar mientras sean las mismas familias las que envían a sus hijas menores a trabajar exponiéndolas al abuso y a condiciones de trabajo poco deseables. Si se pretende equiparar el salario, las empleadas deben estar capacitadas, si es a eso a lo que van a dedicarse, pero muchas de ellas llegan a sus trabajos sin tan siquiera saber como limpiar de forma adecuada y no digamos realizar tareas más específicas y complejas. 

Nuevamente, quiero recalcar que es este es un problema de educación. Me parece que hay más racismo y discriminación en el hecho de que no puedan ser educadas para poder optar a un mejor empleo y, por ende, a mejores condiciones de vida. Estos “foros” solo pretenden «taparle el ojo la macho», para buscar culpables en vez de solucionar el problema desde la raíz y justificar la ratificación del Convenio 189.  

Este artículo de fue publicado originalmente en el diario El Siglo, el 18 de mayo de 2018. Puede ver el original acá.

 

Escritora independiente, columnista, bibliófila y entrevistadora del programa A las 8:45 por Canal Antigua.