Revolución y educación
Cada 20 de octubre, conmemoramos la «Revolución del 20 de octubre», llama mi atención que 73 años más tarde, uno de sus principales estandartes, la reforma educativa, sea un fracaso. Da la impresión que las generaciones posteriores de maestros se enfocaron en su logro sindical, en los aumentos salariales, y los pactos colectivos, olvidando la razón primordial de su existencia, educar. Obviamente no voy a generalizar, hay verdaderos maestros que hacen milagros con los pocos recursos que tienen disponibles.
La revolución del 44 pretendía acabar con la educación dirigida, didáctica rígida y tradicional; la cual continúa. El fracaso de la reforma educativa es tal, que muchos no tienen idea de lo que se celebra el 20 de octubre. Y entre los que sí saben, existe discrepancia al respecto de qué fue lo que sucedió y que se pretendía. No falta quien diga que el presidente Jorge Ubico fue derrocado en la revolución, ignorando por completo la figura de Federico Ponce Vaidez.
Al momento de la revolución, se identifica la necesidad de una reforma educativa, ¿qué pasó? Quienes que nos interesamos por los métodos educativos modernos identificamos el mismo problema. Y no falta quien diga que el problema de la educación es precisamente que nos alejamos de esa educación didáctica rígida y tradicional. Al contrario, urge que nos deseduquemos del concepto tradicional de educación. Estamos creando autómatas que no saben pensar ni decidir por sí mismos. La semana pasada hablé en este espacio de los nuevos alfabetas analfabetas. Aquellos que leen y escriben, pero no comprenden lo que leen. La educación es un problema muy serio y lo que nos urge es una verdadera «revolución» educativa.
Regresando al legado perdido de la revolución, me gustaría rescatar el concepto de las «Escuelas tipo federación», ¡qué idea más fascinante! Estas fueron impulsadas por el presidente Juan José Arévalo. De 1945 a 1951 fueron construidas 21 escuelas tipo federación. Su objetivo era educar por medio de un proceso más participativo y creativo, para que los niños comprendieran mejor y a los maestros se les facilitara la tarea de enseñar. Los maestros debían gozar de autonomía dentro del aula. Arquitectónicamente hablando, tenían forma de círculo, media luna o rectángulo. Contaban con espacios administrativos, teatro, espacios para recreo, sanitarios independientes, biblioteca, tienda escolar e inclusive laboratorio.
El 5 de julio de este año se publicó en el Diario de Centroamérica que el Ministerio de Educación deseaba rescatar estos centros y que había asignado un presupuesto de veinticinco millones de quetzales para tal efecto. Me parece muy bien que inviertan en ello, pero, ¿y la reforma al pensum?, ¿la capacitación a los maestros?, ¿las pruebas de selección y excelencia a los maestros? Me parece que el proyecto escolar del presidente Arévalo valdría la pena ser rescatado, no solamente los edificios. Es curioso que ningún otro presidente construyera este tipo de escuelas y no continuara con el proyecto. A los maestros les digo, ¿qué tal si dejan de celebrar sus logros sindicales y toman conciencia del fracaso educativo del cual son partícipes y responsables?
Este artículo de fue publicado originalmente en el diario Siglo.21, el 20 de octubre de 2017. Puede ver el original acá.