Los virtuosos

No caigamos en el juego de las virtudes, exijamos planes de gobierno concretos y realistas, políticas públicas puntuales, porque si nos perdemos en esa lucha abstracta del bien contra el mal vamos a terminar en lo mismo.

En las últimas semanas he notado el resurgimiento de los virtuosos que, a falta de tener una fanaticada, salen ellos mismos a enumerar su lista de virtudes en potestad de su ideología, valores y creencias. Asumo que el fenómeno irá en aumento a medida que se aproximen las elecciones. Comencemos por definir qué es la virtud, según el diccionario de la RAE la virtud es: «la disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. Integridad de ánimo y bondad de vida. Acción virtuosa o recto modo de proceder».

Los virtuosos proliferan en épocas grises como la actual, cuando ya los extremos se demonizan y comienzan los analistas de costumbre a condenar la radicalización de los extremos ideológicos —posturas que estos mismos ayudaron a radicalizar y que hasta hace poco defendían—, y hoy se tornan cual paladines de la justicia para hablar de las virtudes del grupo al cual representan.

No olvidemos que más de una tiranía ha nacido en nombre de estas «virtudes», aquel que las predica por lo general las usa como como una herramienta de poder para poner a todos los ciudadanos en cadenas, a excepción de quien supuestamente las posee.

Es fácil apelar a la virtud y a la moral para obtener votos, ¿quién no desea un mundo mejor? Y qué mejor que entregarle la responsabilidad a alguien virtuoso, ¿no? Sin embargo, un país no se gobierna con virtuosos, se gobierna con gente capaz que sepa lo que está haciendo, a menos que el “virtuoso” sea una excepción y sepa lo que hace.

Me atrevo a decir que la contienda está cantada, veremos una campaña electoral cual película de Marvel, cargada de virtuosísimos superhéroes, en donde el debate electoral lo dominarán las virtudes de los candidatos y obviamente atacarán al que carezca de ellas. Quien se oponga, se encontrará del lado oscuro, el Thanos de la política nacional, sediento de poder. Nuestra triste realidad es que en la gran mayoría de políticos se parecen más a Thanos o en el mejor de los casos a Sauron, si en vez de Marvel hacemos la analogía con Tolkien.

Una cosa es hablar de la virtud y otra muy distinta es actuar conforme a ella y esto prácticamente describe a la mayoría de los demagogos, que se venden como figuras angelicales y mesiánicas. Ahora bien, no desestimemos el valor de los políticos carentes de virtudes y carismáticos, Alfonso Portillo, condenado por corrupción y que no mató a uno sino a dos, —sus palabras no las mías—, es altamente popular. Aunque no veo a ninguno con esas características perfilándose como candidato para las próximas elecciones. Me da la impresión de que la lucha del bien contra el mal o corrupción versus lucha anticorrupción, será lo que defina la agenda política como ha sido hasta ahora, por supuesto puedo estar equivocada.

Quiero aclarar que no estoy en contra de que un político virtuoso nos gobierne, pero me parece poco probable que esto suceda, como ya lo expresé, prefiero a un político capaz. De nada sirve tener a un “virtuoso” a cargo del gobierno que no sabe ni dónde está parado y con la cabeza llena de ideales que no podrá ejecutar o peor aún a una “virtuosa” rodeada de los mismos corruptos y vividores de siempre.

No caigamos en el juego de las virtudes, exijamos planes de gobierno concretos y realistas, políticas públicas puntuales, porque si nos perdemos en esa lucha abstracta del bien contra el mal vamos a terminar en lo mismo, es más, sospechen y cuestionen a todo aquel que se presente como un virtuoso, una persona virtuosa no presume de ello, simplemente lo es y se le conoce como tal.

Este artículo de fue publicado originalmente en el diario El Siglo, el 24 de agosto de 2018. Puede ver el original acá.

Escritora independiente, columnista, bibliófila y entrevistadora del programa A las 8:45 por Canal Antigua.