Una voz en Navidad

Ella se identifica con los «millennials» y se siente orgullosa de ser una de ellos.

Aprendió a vivir al máximo sin importar el pasado ni el futuro, —Lo que importa es el hoy —se decía.

Vivía bajo esa premisa y disfrutaba presumir con el mundo su glamorosa vida compartiendo fotografías en las redes sociales, hasta que se endeudó hasta el cuello y no podía cubrir sus deudas. Hacía algunos meses que había renunciado a su trabajo porque se cansó de su jefe, de los horarios y los reglamentos de la empresa y se convirtió en «freelancer».

Al verse tan endeudada tuvo que tomar medidas drásticas para evitar problemas legales.

Llamó a su padre llorando para que le enviara dinero, —así es al inicio papá. Cuando consiga más clientes las cosas van a cambiar, es el precio de ser independiente, —le dijo.  Su padre que la conoce bien, le envió menos la mitad de lo que le había solicitado.

Como hacen algunos jóvenes que son autodidactas, buscó libros de educación financiera y los leyó todos. Hizo un plan de acción que incluía dejar de comer comida sin gluten, porque esta es más costosa que la que tiene gluten. En realidad no es intolerante al gluten, pero en todas partes decían que es dañino para la salud, así que ella había dejado de comer alimentos con gluten. Canceló su membresía en el gimnasio y se compró una bicicleta. Dejó de salir con sus amigos para evitar gastar en fiestas y comidas. Dejó de comprar ropa y zapatos que no necesitaba y comenzó a cocinar en casa.

Cuando sus amigos la invitaban siempre ponía como excusa alguna reunión con un cliente o un trabajo atrasado que tenía que entregar. Sus amigos pensaron que se había enredado con un algún tipo casado que la estaba manteniendo, ya que no podían explicar de otra forma su ausencia.

Pero es el siglo XXI y ella seguía en comunicación con todos sus amigos y familia, chateaba por WhatsApp, por el Messenger de Facebook y hasta por Instagram.  Para mantenerse en forma iba en bicicleta a todas partes y frecuentaba un parque que quedaba lejos de su casa y se sentaba a leer en alguna banca y observar a las personas pasar. Durante el verano aprovechó para tomar alguna clase gratuita de yoga que ofrecían en el parque. Inclusive se detenía a ver a los ancianos jugar al ajedrez. Para ganar más dinero comenzó a prestar sus servicios de diseño en una plataforma global y comenzó a tener clientes provenientes de varios rincones del planeta.

Como la mayoría del dinero que recibía se le iba en pagar los abonos a la deuda, pagar la renta y los servicios de su pequeño departamento, le quedaba muy poco dinero para comprar comida. Modificó sus hábitos y aprendió a valorar el dinero. Finalmente ponía atención al precio de los alimentos en los anaqueles y, por lo general, compraba lo más económico o buscaba las ofertas.

Poco a poco su situación financiera fue mejorando. Había logrado ahorrar un poco de dinero y podía darse uno que otro gusto a la hora de comprar los alimentos en el supermercado.

Cuando llegó diciembre, decidió no ir a casa para no tener que comprar regalos para su familia. También se ausentó de todas las fiestas y reuniones con sus amigos y así no gastar dinero innecesario.

El veintitrés de diciembre sus amigas más cercanas se reunirían a comer y decidió a última hora llamarlas para ver dónde se encontraban y reunirse con ellas.

Marcó el teléfono y en pocos segundos respondió su amiga, —¡¿En dónde te habías metido?! ¿Vienes a cenar?, Estamos en el restaurante de Manolo, ¡hola! ¡hola! ¿me escuchas? —preguntó su amiga al no escuchar respuesta.

Ella lloraba amargamente, cuando trató de responder se dio cuenta que hacía mucho, quizá meses que no había cruzado palabra con nadie. La voz no le respondía, le salía ronca, imperceptible. Finalmente logró responder entre sollozos, —¡Qué gusto me da escucharte! Tengo muchísimas ganas de verlas —y continuó llorando.

—¿Estás bien? ¿te pasa algo? ¿te dejó ese infeliz que te ha tenido secuestrada de tus amistades, verdad? ¿regresó con la mujer?, dime dónde estás y vamos a buscarte —respondió su amiga preocupada.

Ella soltó una carcajada entre las lágrimas, —no, no me pasa nada y no he terminado con nadie. ¿De dónde sacaste que yo tenía un novio? Su voz comenzaba a salir de forma normal. En realidad no podré acompañarlas, iré a casa a pasar las navidades con mi familia. Pero regresaré después del Día de Reyes y nos reuniremos, ¿de acuerdo? ¡Tengo mucho que contarte! —le dijo antes de colgar el teléfono.

Lloró, lloró y lloró desconsoladamente. ¿Cuándo había sido la última vez que había hablado con alguien? Quizá hace un par de meses cuando llevo a reparar su bicicleta. Pero no fue una conversación, solamente cruzó un par de palabras.  Hacía meses que no se sentaba a conversar con nadie. Las redes sociales le habían dado la sensación de no estar sola, pero lo estaba.

Cuando llegó al día siguiente a casa, su padre abrió la puerta y quedó atónito al verla. —Pensé que no vendrías, ¿Te quedaste sin dinero nuevamente? —dijo.

Ella lo abrazó y sonrió, —Para nada papá, ya casi pagué todas mis deudas y estoy comenzando a ahorrar un poco de dinero. Sólo quería verlos y pasar las navidades con ustedes.

El padre tomo su pequeña maleta y la dejó entrar. Ella le dijo —¿Cuéntame la historia del día que conociste a mamá?. Él la miró aún más sorprendido, —¡Pero si tú y tu hermano dicen que les he contado esa historia un centenar de veces! ¿Para qué quieres escucharla nuevamente? —preguntó.

—Sólo quiero escuchar tu voz en Navidad, dame una copa de vino y me cuentas nuevamente la historia, ¿vale?

 

 

Escritora independiente, columnista, bibliófila y entrevistadora del programa A las 8:45 por Canal Antigua.